Me gusta pensar que el cielo está lleno de flores. Y que entre ellas veo los rostros de las personas que amo y se encuentran ahí.
El primer regalo de mi familia que el cielo recibió fue mi papá. Yo tenía once años, y lo primero que puedo pensar es lo poco preparada que estaba para ello. No tengo una larga vida llena de recuerdos con él; los tengo contados, pero me encanta revivir cada uno de ellos. Uno de los que recuerdo como si fuese ayer es estar recostada sobre su pecho (siendo yo del tamaño de su pecho) recibiendo un abrazo. Esa sensación de paz, de protección, de saber que todo estará bien mientras estés en ese lugar… Lo visito y lo llevo siempre conmigo.
El segundo regalo fue mi abuelo. Un hombre fuerte, duro, necio e intimidante al cual se le ablandaba el corazón al estar con su nieta y verla con trenzas y vestido. Lo recuerdo cargándome, abrazándome, platicándome, riendo y compartiendo su forma de ser a su manera mientras compartíamos un buen platillo a la hora de comer. Creo que es de las personas más auténticas y sin miedo a nada que he conocido, si no es que la más. Y qué fortuna el llamarle abuelo.
El tercero fue mi abuela. Una mujer con el nombre y la personalidad de una flor: Rosa. Un ser hermoso, noble y amable. Tengo menos recuerdos con ella porque desafortunadamente tuvo un derrame y perdió movimiento y habla. Tengo muchos besos y abrazos atorados que nunca le di. Creo que en el fondo fue por miedo… Miedo a acercarme, miedo a perderla, miedo a lastimarla. Pero cada que la recuerdo se los mando con todo mi amor, y la recuerdo con sus blusas elegantes, sus aretes y collares con perlas, su pelo corto, sus labios rosas y sus carcajadas mientras vemos Mr. Bean.
El cuarto regalo fue mi tía. Una mujer de carácter fuerte pero en el fondo muy cariñosa. Siempre nos hacía reír y tenía una gran personalidad. Soltera hasta dejarnos, pero siempre fue como una madre para todos. Nos dejó con la paz de saber que se quedó dormida en su amado hogar. Su casa estaba en otra ciudad, a horas de la mía, pero aún así nos visitábamos bastante. Cada vez ella viniendo menos pero yo yendo más, hasta que mi frecuencia fue disminuyendo, cosa que hoy lamento. Creo que las personas con las que tenemos una gran conexión nos comunican a distancia lo que quieren hacernos saber. Horas antes de fallecer soñé con ella. Estaba haciéndome cariños y cosquillas en los brazos y la espalda, una tradición que sostuvimos por muchísimo tiempo, sobre todo en nuestras pijamadas. Solían ser de nuestros momentos más bellos, así que al despertar ese día y saber la noticia, me rompí en llanto, pero con gratitud por saber que se acercó a decirme adiós.
El quinto regalo fue mi tío. El caballero más grande que he conocido. Un hombre lleno de alegría, pasión, inteligencia, entrega, entusiasmo y cariño. Un verdadero ejemplo a seguir. Él también fue como un padre para mí; me recibió en su casa cuando me mudé de ciudad para estudiar mi carrera de universidad. Siempre una hermosa persona; un médico admirable y respetable. Sin siquiera intentar, dejó huella en miles de personas, y es un tesoro esté donde esté.
El último regalito recibido de mi familia por ese mágico lugar fue Mía, mi perrita. Nunca había vivido el final de uno de ellos, y es un ir y venir de sentimientos impresionante. Estuve con ella de principio a fin y siempre la amé. Disfrutaba todo y siempre estaba feliz. En sus últimos días tuve que salir de la ciudad, y cuando volví la vi mal. Nadie más lo notó, pero sabía que algo no estaba bien. Al llevarla al doctor supe que sería su último día. Le dije palabras nuevas, otras viejas que escuchó muchas veces, y pude tenerla entre mis brazos y besarla hasta que se fue.
Hace poco escuché que los perros viven menos porque viven mejor. Escuché sobre un niño que estaba muy tranquilo acompañando a su perro en sus últimos momentos. Él dijo que todos venimos a este mundo para aprender a vivir una buena vida, cómo amar a los demás y cómo ser buena persona. Los perros nacen sabiendo esto, y por lo mismo no necesitan tanto tiempo. Su moraleja fue la más hermosa, y la comparto a continuación porque creo que debería ser compartida y aplicada lo más posible..
Si un perro fuese tu maestro, aprenderías lo siguiente:
Correr y saludar a tus seres queridos cuando lleguen a casa.
Aprovechar siempre la oportunidad de salir a pasear, y que el aire fresco en la cara sea una experiencia de puro éxtasis.
Estirar bien antes de levantarte.
Jugar diariamente.
Evitar morder cuando un gruñido es suficiente.
Tomar agua y aprovechar las sombras en climas muy cálidos.
Bailar y mover todo tu cuerpo cuando estés feliz.
Disfrutar las cosas simples, como las caminatas.
Ser auténtico.
Buscar persistentemente lo que quieras, aunque esté enterrado.
Cuando alguien tenga un mal día, sentarte cerca y hacerle saber que estás ahí.
Qué lindo sería hacer esto todos los días. Aprender de nuestros seres queridos, de preferencia mientras sigan en vida, y experimentarlo juntos. Pero también las enseñanzas van más allá de la muerte. Así que para mí se resume en esto… Amar y vivir lo que con tanto amor ellos dejaron en el mundo, para compartir y expandir su luz. Para honrarlos y hacerlos presentes en nuestros días. Y para sentirlos cerca… Porque lo están.